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La Odisea

AUTOBIOGRAFIA STELLA LIZABE


RECUERDOS IMBORRABLES 

En el año 1.976 vivía con mi familia en el departamento de Maipú. Yo tenía 13 años y acababa de entrar a la vieja escuela de Comercio de General Gutiérrez; y digo vieja porque su edificio era una antigua casa destinada a funcionar  como escuela…Un largo zaguán y piezas altas con escasa luz natura que se ubicaban una a continuación de la otra, dando a una galería que rodeaba el pequeño y cuadrado patio donde disfrutábamos los recreos.

En esos años la directora era una mujer firme, exigente y astuta. Podía darse cuenta de lo que pensábamos o “eso creíamos”con solo mirarnos, y nos asombrábamos de que nos conociera a todos por el nombre y…a más de uno por las pillerías.

Yo vivía a tres cuadras de la escuela y quizás por ello, conocía no solo a casi todos mis compañeros de primer año sino también a muchos alumnos de otros años. Quizás ésta era la causa de que me sintiera muy cómoda en la escuela.

Han pasado muchos años y desde el 2.000 el establecimiento funciona en un edificio moderno y enorme que ocupa una manzana. Se construyó en los terrenos que ella misma consiguió por donación y se jubiló unos meses antes de ser inaugurado. La escuela hoy lleva su nombre por deseo de los mismos alumnos, ex alumnos y  profesores. Yo paso y la veo pero ya no la siento mi escuela esa gran mole de dos pisos.

Esa era una época para mí feliz, el desafío de una nueva escuela, saber que era eso tan difícil que debía enfrentar y por supuesto conocer nuevos amigos.

Recordar esos días significa hablar de compañeros que aún hoy siguen siendo amigos, otros que ya no vi más; los  profesores : los preferidos y los menos queridos.

Las mañanas se iniciaban con la formación en el patio y el saludo de la directora. Nadie la reemplazaba, ella siempre estaba allí, siempre presente. Éste era un momento de tensión y sobre todo de risas o llanto para otros. Ella miraba las filas y desde lejos controlaba el largo del pelo de los varones y la pintura en las chicas; de repente con voz firme expresaba:¡El último de la fila!, sí, sí, usted, el pelo le roza el cuello de la camisa. Después entre susurros y  risas de otros el pobre elegido se esforzaba por estirarse para convencerla de lo contrario; el resultado siempre el mismo: córtese el pelo para mañana.

Pero yo creo que los alumnos lo mismo la sorprendían, al otro día una cabella rapada y brillante causaba más risa que el día anterior y por supuesto la felicitación de todos sus compañeros. Y la pintura de las niñas, otro problema. Siempre recuerdo a mi buena y sensible compañera  Laurita, ella decía que no podía salir a la calle si no se pintaba y se pasaba toda la formación escondiéndose; hasta que un día la dire la descubrió o…” la nombró” y ordenó –Lávese la cara. Eso fue duro, tuvo que refregarse la cara con las manos para que se le saliera la pintura y entre eso y el llanto le quedó la cara más roja que pintada. Entonces sólo se escuchó: -¡pobre Laurita!, esta vieja es tremenda.

Los días del primer año transcurrían variados: las hora de Matemática con la interesante profesora Palmer que alternaba los números con los relatos de su viaje a Europa, las horas de mi tormento”inglés”, mis adoradas horas de Instrucción Cívica en la cual todos decían que yo tenía gancho, otras que ya no recuerdo y las horas de Lengua…No se porque las recuerdo se podría decir completas.

En primer año la profesora era muy elegante, decían que había sido modelo y a mí me encantaba mirarle las uñas y su forma de pintarse; además su presencia inspiraba respeto, era observadora y exigente, explicaba claramente y la recuerdo leyendo “Platero y yo” con una voz y una entonación admirable como sí fuera hoy; y  como si fuera poco las frases quedaron grabadas en mi memoria: Platero es pequeño, peludo y suave; tan
blando por fuera que se diría de algodón…Ella inculcaba firmemente el sentido del cumplimiento expresando “tarea no terminada es tarea no cumplida”. Recuerdo que acostumbraba dar por clase diez palabras para buscar en el diccionario y escribirlas en el cuaderno índice que llevábamos desde principio de año. Un
día me nombró para que las leyera y no se porque motivo no las había terminado, me faltaba solo una; entonces me miró como preguntando -¿Y qué pasó?, pero no esperó ninguna respuesta, yo ya la sabía y las palabras sonaron claritas: -Lizabe, tiene uno. Mucho esfuerzo significo sacarse dos diez para que me diera
de siete, pero aún así no me enojé. Creo que en ese momento lo veía como que me lo merecía. Está
demás decir que en esa hora, todos éramos los alumnos más buenos del mundo.

Luego, en segundo año, recuerdo a mi profesora de Lengua explicando impecablemente y usando el pizarrón hasta en sus rincones para analizar oraciones, sin perder un solo momento de la clase pero dirigiéndose  siempre a nosotros con una sonrisa. Sin embargo, la mayoría de mis compañeros sufrían porque la materia les resultaba difícil.

Y llegó cuarto año, Literatura Española, las peores clases de todo el secundario para mí en ese momento y en mi recuerdo de hoy; y lo digo porque en ese momento me aburría, sentía rabia contra él y ahora, siento que perdí el tiempo, no aprendí nada. Mi profesor era amble pero no tenía carácter, sus clases expositivas, largas y aburridas, lograron desbandar hasta los más obedientes, y por supuesto a mí también que dejé de interesarme y de estudiar su materia. Todas las clases leía del manual de Loprete una hoja tras otra, con la mirada tranquila y fija como si no se diera cuenta de que cada uno hacía lo que quería, y cuando la charla de todos se hacía insoportable cerraba rudamente el libro y comenzaba a dictar. En esas clases pasaban las cosas más locas y más divertidas para algunos, volaban tizas, avioncitos, los varones se disfrazaban, en las pruebas todos copiábamos descaradamente y nadie por consecuencia aprendía nada. Recuerdo un día en que el curso era un vivo griterío; en ese momento apareció la directora, llamó al profesor fuera del aula y en la puerta lo retó por nuestro comportamiento.

Por supuesto,  nosotros no nos perdíamos nada junto a la ventana, pero él ingresó como si nada hubiera pasado.

También había eventos especiales. Durante cuarto y quinto año nosotros éramos los encargados de preparar los actos de las fiestas patrias. Entonces teníamos tiempo y momentos para divertirnos, salir de las aulas y hasta de la escuela para ir a ensayar el famoso acto; sí, eran todo un acontecimiento. Se realizaban en un salón prestado por alguna entidad de la zona, donde casi siempre hacían casamientos y fiestas. Nosotros debíamos organizarnos  para ornamentar, escribir el libreto y ponerlo en escena guiados por un profesor. Era todo un evento, se hacían el mismo día feriado, iban a verlo alumnos, amigos y novios de otras escuelas de la zona, había que lucirse con bailes, diapositivas, dramatizaciones y teatros de sombras. Sentíamos que la directora, los profesores y los padres estaban orgullosos de nosotros.

Otro tanto ocurría con la exhibición de gimnasia realizada a fin de año. La hacíamos en el polideportivo de la municipalidad, las gradas se llenaban de invitados que gritaban, aplaudían y alentaban a algunos elegidos…y ahora sí que nadie podía retarlos para que no lo hicieran. ¡Era un evento emocionante para nosotros!, y el esfuerzo de dos meses de ensayo para ser todos uno. En esa época y desde segundo año yo era la presidenta de la Promoción 81, junto con mi compañera Gladis que era la tesorera. Esta actividad me encantaba; organizábamos reuniones para decidir las rifas, venta de empanadas y bailes. Y así me conoció la directora, recuerdo que me llamo un día y me dijo: -Ustedes no pueden utilizar el nombre de la escuela para promocionar algo que no hace la escuela,  y por supuesto que yo le contesté  “pero si pertenecemos a esta escuela qué nombre le vamos a poner”.

Así pasaron los años y la promoción de más de treinta alumnos se convirtió en un grupo de diecinueve mujeres y cinco varones, unidos y felices, orgullosos de pertenecer a la escuela; en una época difícil del país, que en realidad poca conciencia teníamos de la verdadera realidad.



Análisis de la autobiografía de Stella Lizabe.

La adolescencia significó una época en que disfruté de los desafíos de enfrentar cosas nuevas y conocer nuevos amigos. Fue una época feliz aunque no tomé conciencia de la verdadera realidad
en que se vivía.

Mi vida como alumna del secundario estuvo marcada por la disciplina. Esta fue la preocupación fundamental de la escuela (la presentación, el buen comportamiento, el buen nombre de la escuela, el castigo aleccionador); sin embargo esto lo veo ahora, en ese momento lo consideraba normal y hasta creo que nos sentíamos protegidos en la escuela. Sin duda los toques de humor que le dábamos como adolescentes a la situación, el gran sentimiento de compañerismo y amistad que compartíamos, la calidad de algunos profesores y algunas actividades especiales y creativas lograron
distraernos de la situación y nos permitieron disfrutarlas sintiéndonos un poco libres.

Las clases de Lengua y Literatura, buenas o malas las recuerdo con detalle. Creo que siempre fueron una materia especial para mí, por eso sentía una cierta admiración por el profesor que nos enseñaba y nos transmitía el gusto por lo que hacía.

Quizás lo malo fue la forma: la evaluación como premio o castigo, la relación profesor-alumno vinculada únicamente a la enseñanza y algunas clases perdidas a causa de profesores que no tenían capacidad para enseñar o no se preocupaban por ello.



2 comentarios

Enrique Ferrari -

Estuve tratando de encontrar el análisis de tu autobiografía pero parece que se ha traspapelado. Apenas logre dar con él, te lo critico duramente. Saludos, Kico

Enrique Ferrari -

Hola Estela! Muy completa tu autobiografía. Te envidio la memoria. Muy bien relatada y con tanto material podes hacer un buen análisis. Saludos, Kico